Post by Malak hamavet on Jan 15, 2010 18:26:15 GMT -5
Muchos de nosotros nos vimos asombrados cuando el martes 12 de Enero de 2010 queda registrado en la memoria del mundo de forma muy significativa por el terremoto de 7.3 grados en la escala de Ritcher que azotó a Haití y en donde la televisión nos muestra millares de cadáveres tirados en las calles de Puerto Príncipe, y esto nos induce a pensar las “razones divinas” que hay para afligir tan duramente a un país sumamente pobre y que a lo largo de su corta existencia como país independiente de Francia, no ha tenido una sola época de paz y tranquilidad.
A todo esto, golpes de Estado, gobiernos de facto, elecciones fraudulentas y gobiernos democráticos que no terminan han sido la constante que sumerge a esa pobre nación en un caos, en una pobreza económica galopante, en un analfabetismo creciente, mismos que no han permitido que esta nación surja como una perla del caribe. (Una hermosa perla negra, por la mayoría de habitantes de ese color de piel).
La pregunta que todos nos hacemos es: ¿Por qué Dios permite estas cosas?
A primeras vistas, todo parece indicar un “castigo divino” a un pueblo en particular, pero, ¿de verdad un Dios Misericordioso, Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente se “alegra” de infligir castigo a sus propios hijos?.
Kilos que se vuelven toneladas de alimentos, medicinas y ayuda de todo tipo fluyen desde los primeros minutos a esa castigada nación, pero, ¿tanta ayuda material les podrá mitigar el “hambre espiritual” que ahora mismo deben estar sintiendo?
Horas de angustia están teniendo los habitantes de esa nación al escasear los alimentos, agua, energía eléctrica, telefonía, gas, etc. y sobre todo el no saber el paradero de sus familiares y amigos que tal vez estén sufriendo y que no reciben la ayuda tan prontamente como se necesita.
Así las cosas, esto nos lleva a reflexionar si Dios Padre “goza” de estos tristes acontecimientos o hay alguna causa extra.
Mirando hacia el pasado, han habido muchísimas desgracias con numerosas pérdidas de vidas humanas y sólo por recordarnos, en Diciembre de 2004 se suscitó el terremoto y posterior tsunami que asoló las costas del Océano Índico y donde se registraron cientos de miles de muertos, además de muchos otros accidentes naturales como volcanes asesinos, hundimientos de tierra, incendios generalizados, tifones, huracanes que se repiten año tras año.
Advirtiendo esto, podemos ver que las catástrofes de la naturaleza, los accidentes del tiempo y otros acontecimientos calamitosos no son resultado del juicio divino ni dispensaciones misteriosas de la Providencia.
Viendo que estas emergencias no pueden ser obra de Dios Padre, sino de la propia naturaleza, podemos afirmar que el hombre sufre, primero, por los accidentes del tiempo y luego, por las imperfecciones que se originan de las malas decisiones en una existencia física inmadura.
El hombre sufre las consecuencias inexorables del pecado —la transgresión de las leyes de la vida y de la luz. El hombre cosecha el fruto de su persistencia inicua en la rebelión contra la gobierno recto del cielo en la tierra, pero Dios Padre no le envía “el castigo divino” por sus acciones malas que realiza en vida y sobre todo involucrando a otras personas en el “mismo pecado” como sucede cuando una nación se ve asolada por un desastre natural.
También podemos afirmar que los sufrimientos del hombre no son un castigo personal del juicio divino. El hombre puede hacer, y hará, mucho para disminuir sus sufrimientos temporales. Hay que apartar de la mente de una vez por todas la superstición de que Dios Padre aflige al hombre por mandato del diablo. Los accidentes materiales, acontecimientos comunes de naturaleza física, no son sucesos en los cuales las personalidades celestiales interfieran arbitrariamente. Todavía se cree que «Dios es un gran terror»; ésa es la consecuencia de una religión puramente evolucionaria y dogmática. Jesús, la revelación del tipo más elevado de vida religiosa, proclamó que «Dios es amor».
Malak
A todo esto, golpes de Estado, gobiernos de facto, elecciones fraudulentas y gobiernos democráticos que no terminan han sido la constante que sumerge a esa pobre nación en un caos, en una pobreza económica galopante, en un analfabetismo creciente, mismos que no han permitido que esta nación surja como una perla del caribe. (Una hermosa perla negra, por la mayoría de habitantes de ese color de piel).
La pregunta que todos nos hacemos es: ¿Por qué Dios permite estas cosas?
A primeras vistas, todo parece indicar un “castigo divino” a un pueblo en particular, pero, ¿de verdad un Dios Misericordioso, Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente se “alegra” de infligir castigo a sus propios hijos?.
Kilos que se vuelven toneladas de alimentos, medicinas y ayuda de todo tipo fluyen desde los primeros minutos a esa castigada nación, pero, ¿tanta ayuda material les podrá mitigar el “hambre espiritual” que ahora mismo deben estar sintiendo?
Horas de angustia están teniendo los habitantes de esa nación al escasear los alimentos, agua, energía eléctrica, telefonía, gas, etc. y sobre todo el no saber el paradero de sus familiares y amigos que tal vez estén sufriendo y que no reciben la ayuda tan prontamente como se necesita.
Así las cosas, esto nos lleva a reflexionar si Dios Padre “goza” de estos tristes acontecimientos o hay alguna causa extra.
Mirando hacia el pasado, han habido muchísimas desgracias con numerosas pérdidas de vidas humanas y sólo por recordarnos, en Diciembre de 2004 se suscitó el terremoto y posterior tsunami que asoló las costas del Océano Índico y donde se registraron cientos de miles de muertos, además de muchos otros accidentes naturales como volcanes asesinos, hundimientos de tierra, incendios generalizados, tifones, huracanes que se repiten año tras año.
Advirtiendo esto, podemos ver que las catástrofes de la naturaleza, los accidentes del tiempo y otros acontecimientos calamitosos no son resultado del juicio divino ni dispensaciones misteriosas de la Providencia.
Viendo que estas emergencias no pueden ser obra de Dios Padre, sino de la propia naturaleza, podemos afirmar que el hombre sufre, primero, por los accidentes del tiempo y luego, por las imperfecciones que se originan de las malas decisiones en una existencia física inmadura.
El hombre sufre las consecuencias inexorables del pecado —la transgresión de las leyes de la vida y de la luz. El hombre cosecha el fruto de su persistencia inicua en la rebelión contra la gobierno recto del cielo en la tierra, pero Dios Padre no le envía “el castigo divino” por sus acciones malas que realiza en vida y sobre todo involucrando a otras personas en el “mismo pecado” como sucede cuando una nación se ve asolada por un desastre natural.
También podemos afirmar que los sufrimientos del hombre no son un castigo personal del juicio divino. El hombre puede hacer, y hará, mucho para disminuir sus sufrimientos temporales. Hay que apartar de la mente de una vez por todas la superstición de que Dios Padre aflige al hombre por mandato del diablo. Los accidentes materiales, acontecimientos comunes de naturaleza física, no son sucesos en los cuales las personalidades celestiales interfieran arbitrariamente. Todavía se cree que «Dios es un gran terror»; ésa es la consecuencia de una religión puramente evolucionaria y dogmática. Jesús, la revelación del tipo más elevado de vida religiosa, proclamó que «Dios es amor».
Malak